Chicaloma está de luto. Consternados por la pérdida de ocho personas fallecidas el jueves pasado en el embarrancamiento de un bus que se dirigía a La Paz, los pobladores de esta comunidad dieron ayer el último adiós a sus “hermanos”.
Nunca antes había ocurrido un accidente así. Cinco estudiantes del colegio de la población, el presidente de la junta escolar y los dos conductores del bus Trans Arenas perdieron la vida en un instante.
Durante el velorio realizado en la iglesia Gran Poder, Damiana Gamboa dejó caer sus lágrimas al recordar a sus dos hijos. “Eran jóvenes y con sueños por delante. Edmundo (18) quería ser arquitecto y Susana (16) soñaba con ser secretaria. Fueron hijos buenos, sanos y deportistas”, dijo con la mirada perdida.
A Deibid Monroy, de 17 años, sus amigos lo recuerdan como un joven ocurrente, dinámico y con un gran talento para el fútbol.
“Cuando me dijeron que había ocurrido el accidente, no podía creerlo. Jamás pensé que mi hijo se iría sin alcanzar todas sus metas”, dijo su mamá, Elvira Quispe, con la voz entrecortada.
A mediodía, antes de partir al cementerio, desde los balcones de las casas se escuchaban melancólicos boleros de caballería a través de altavoces.
Consternados por el suceso, niños, jóvenes y adultos caminaban con flores en sus manos, se acercaban y consolaban a los familiares dolientes.
El alcalde de Irupana, Cleto Mamani, dijo que -adheridos al dolor del pueblo- las clases en el colegio Chicaloma se suspenderán hasta el miércoles.
A las 14:00 levantaron los féretros para llevarlos al cementerio. Acompañados por la música de un acordeón, decenas de comunarios caminaron casi dos kilómetros hasta llegar al camposanto, donde fue la ceremonia.
Eugenio Aliaga, padre de Julio y Juvenal, los hermanos que conducían el bus, los recordó como personas responsables y cuidadosas en el volante.
Lamentó que un accidente en la carretera haya acabado con “tantas vidas inocentes”.
Mientras que Armando, hijo de Felipe Cala, el presidente de la junta escolar, pidió que quienes asumieran el puesto de su padre logren los sueños de éste, un hombre entregado a la comunidad estudiantil.
Los gritos desesperados y el llanto inconsolable invadieron el ambiente cuando los cajones ingresaban a las fosas cavadas, mientras flores de colores caían sobre ellos.
“Chicaloma es un pueblo pequeño y nos conocemos entre todos. Nos duele saber que se pierdan vidas jóvenes con gran futuro”, lamentó Jacob Pérez, dirigente de la federación deportiva de Chicaloma.
Al finalizar la jornada, en la plaza principal de la comunidad yungueña, los vecinos se reunieron para acompañar a los dolientes en las puertas de sus casas.
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